El cambio creativo

 

Hace poco leí que alcanzar una cima es a la vez un final y un punto de partida, pues desde la altura de una cumbre se hace visible el camino hacia la siguiente. Podría aplicarse esta máxima al cambio social como reto constante e infinito, dado que la convivencia humana parece empeñarse en generar desigualdades contra las que siempre será necesario luchar.

Quizá lo que distingue la época actual del pasado es que nunca antes había existido una conciencia tan extendida de la necesidad de mantener ese espíritu. Cada vez somos más los que percibimos las injusticias al alcance de nuestra mano y hacemos algo -aunque sea un mínimo gesto- por erradicarlas. A este camino se están sumando en cascada las empresas (quién sabe si por obligación o por convicción), conscientes de que su incuestionable poder, bien articulado, es un potentísimo motor de cambio.

En todo este esquema hay dos elementos especialmente útiles que, además, son tremendamente divertidos: la creatividad y el juego. Y lo mejor es que todos llegamos al mundo con estas cualidades de serie, solo hace falta ejercitarlas.

La Fundación Juan March de Madrid albergó una exposición llamada El juego del arte -comisariada por el diseñador Enrique Bordes-, que ponía de relieve, entre otras cosas, el efecto del juego creativo en la educación. Por ejemplo, las novedades pedagógicas de finales del siglo XIX como el Kindergarten (que introdujo el color y la imaginación en los colegios), supusieron la génesis de las Vanguardias artísticas del siglo XX. Es decir, una educación creativa puso la chispa en las mentes efervescentes que crearon gran parte de nuestro imaginario colectivo.

Otro ejemplo claro es el programa Lego Serious Play, inteligente maniobra de la empresa juguetera que está revolucionando la gestión de recursos humanos. Las fichas de Lego se ponen en juego en el ámbito corporativo para vertebrar sesiones de trabajo de manera imaginativa y claramente vinculada al niño que todos llevamos dentro. Por lo visto funciona. Y muy bien.

En mi trabajo como creativo he podido comprobar muchas veces el poder terapéutico de la creatividad. Cuando alguien utiliza colores y pinceles (da igual si son analógicos o digitales) despierta zonas del cerebro donde habitan la sensación de bienestar, la resolución de problemas y la gran asignatura pendiente de la sociedad actual: la fe en uno mismo. Este mecanismo se hace especialmente fuerte cuando se usa la creatividad para auto-representarse. Una vez oí, mientras impartía un taller de marca personal: “esto no es clase de diseño, es mucho más, no sé qué me pasa que cuando salgo de aquí me siento mejor”. Es verdaderamente inspirador observar la capacidad de lo creativo en mejorar la forma de estar de las personas. Incluso en el ejercicio de mi trabajo “civil”, me encanta la cara de “ya han venido los reyes magos” que ponen algunas personas cuando les ayudo a hacer tangibles sus ideas, sobre todo si se sienten partícipes del proceso. Trasladado al terreno de la intervención social es un trabajo especialmente gratificante, porque el objetivo no es el resultado, sino el desarrollo: el ejercicio de hacerse un autorretrato con imágenes o palabras, por ejemplo, es en sí lo importante, no si queda bien o mal. En este recreo no hay juicios, solo experiencias (y si son compartidas, mejor que mejor).

Hay una gran cantidad de profesionales de la intervención social, cada vez más preparados, que utilizan el color, la luz, los materiales o la música para destaponar las habilidades y las oportunidades de tanta gente que empieza la carrera social en una casilla injustamente atrasada. Profesionales como las integrantes de Las ciento volando, especialistas en arte participativo para potenciar la autoestima y la cohesión social; o el colectivo Te estoy poniendo verde, que realiza talleres fotográficos con adolescentes para identificar problemas y soluciones sobre los espacios verdes de su barrio y que el Ayuntamiento recoja el guante. El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza tiene un programa específico de visitas guiadas por personas con enfermedad mental que provoca un cambio absoluto de perspectiva en quien se acerca a los cuadros desde su punto de vista. La lista de ejemplos es enorme y creciente.

Todos somos creadores (así lo afirma la Ciencia, no solo yo), no deberíamos descuidar nunca esa faceta de la vida. Parece que el mundo corporativo se acerca a paso ligero a un concepto lúdico y creativo del trabajo, igual que está entrando en progresión geométrica en la defensa de la igualdad y el cuidado del medioambiente. ¿Será que, por fin, un mundo más justo es más rentable?

Mientras comprobamos cuánto hay de cierto en esta intención, juguemos al cambio creativo, sigamos usando la imaginación para mejorar las vidas ajenas (que es, en realidad, mejorar las propias). Y, si puede ser, disfrutando del camino, termine donde termine.

 

Pablo Dávila Castañeda

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